Por Nicolás Ferrera
A medida que crecemos, las cosas que hicimos en el pasado quedan enmarcadas en nuestro corazón y memoria como tesoros invalorables de nuestra propiedad, y que rara vez vuelven a nosotros como flashes inesperados cuando hacemos algo que nos remonta a ese preciado momento.
Constantemente resuenan en todos lados frases hechas y que, para los viajeros del pasado como nosotros, carecen de sentido: "tenes que progresar", "hay que seguir adelante", "dar vuelta la página", etc.; se presentan como verdades totales de lo que un ser humano tiene que hacer con su vida para no estar sumida en la miseria y en la inconformidad diaria.
Pero sabemos bien que nada se compara con el recuerdo revivido, a eso no hay con que darle. Por un instante pensemos en aquellos años en los que éramos libres de toda maldad, prejuicios, mezquindad, miseria, y veremos que nuestra actualidad es totalmente diferente: todo aquello que teniamos lo perdimos. Nuestros primeros años de vida, con la gente que hacia de esos momentos únicos verdaderas postales en movimiento, donde el tiempo nunca pasaba y éramos auténticos, lejos de la intoxicación con la que nos topamos cuando vamos creciendo, y perdiendo esas sensaciones que hacian de cada uno ese reflejo en el otro: mi amigo, mi hermano, mi sangre.
¿Pero porqué dejamos que pase eso? Puede ser por una incapacidad del individuo de hacer que ese momento de felicidad sea eterno, o solo porque cambiamos a medida que crecemos, y no podemos ir en contra de la naturaleza. Darnos cuenta que esos tiempos han quedado atras es querer volver a vivirlos, o simplemente pensar que tiempos mejores vendrán, aunque dentro nuestro sabemos que no es lo mismo.
Puede que me equivoque, o que solo sea un pasajero del tren del tiempo que se quedó sin rieles, pero de algo estoy seguro, y es que esos momentos que se repiten como imagenes sueltas en nuestra cabeza, deben volver a plasmarse en la actualidad. Que distinto seria todo si cada uno apostara a buscar en su pasado lo mejor de sí para el bien de todos y superar la barrera del odio que hace que este tren del tiempo no siga su camino marcado: el del recuerdo constante.
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